Piaget hizo
varias clasificaciones distintas de los periodos y estadios del desarrollo de
la inteligencia. Una de esas clasificaciones figura en el presente texto, y es
la siguiente:
1) Primeros
reflejos (0-1 mes)
2) Primeros
hábitos motores (1-8 meses)
3) Inteligencia
senso-motora o práctica (8-24 meses)
4) Inteligencia
intuitiva (2-7 años)
5) Operaciones
intelectuales concretas (7-11 años)
6) Operaciones
intelectuales abstractas (11-15 años)
CAPITULO 1: EL DESARROLLO MENTAL DEL NIÑO
Tanto el desarrollo
físico como el desarrollo psíquico consisten esencialmente en un proceso que
pasa de un equilibrio inferior a otro más superior. El desarrollo psíquico implica entonces una marcha hacia el
equilibrio, lo cual se cumple en las tres áreas del desarrollo psíquico: la
inteligencia, la afectividad y la socialización.
Sin embargo, hay una diferencia entre el desarrollo
físico y el desarrollo psíquico de las funciones superiores: el primero alcanza
un equilibrio estático a partir del cual luego se produce una involución; en el
desarrollo psíquico en cambio se alcanza un equilibrio dinámico: todo
equilibrio lleva a un nuevo desequilibrio que se resolverá en un equilibrio
superior, con lo cual no hay teóricamente un proceso de involución.
Al estudiar este proceso de equilibración, debemos tener
en cuenta dos cosas importantes: estructuras y funciones. Así, es preciso
oponer desde el principio las estructuras variables, las que definen las formas
o estados sucesivos de equilibrio, y un determinado funcionamiento constante
que asegura el paso de cualquier estado al nivel siguiente. Así, las
estructuras son variables, y las funciones constantes.
Así por ejemplo a todos los niveles siempre el hombre
trata de buscar explicaciones (funciones constantes, invariables, llamadas
invariantes), pero lo que distingue un nivel de otro es el tipo de explicación
desarrollada (construidas a partir de estructuras variables).
Las estructuras variables son formas de organización
mental referidas a lo intelectual y a lo afectivo, así como a lo individual y a
lo social. Los seis periodos antes indicados corresponden a seis estructuras
diferentes que van construyéndose una sobre la base de la anterior, alcanzando
siempre niveles de equilibrio cada vez más superiores y estables.
En todos esos periodos hay características comunes,
invariables, que son las invariantes. Por ejemplo siempre toda acción o
conducta responde a una necesidad (el hambre hace que busquemos alimento). Toda necesidad tiende siempre
hacia dos objetivos: 1) ajustar el mundo a las estructuras propias ya
construidas (asimilación), y 2) reajustar estas estructuras en función de los
cambios externos (acomodación). Llamaremos adaptación al equilibrio entre ambos
procesos de asimilación y acomodación. Así, el desarrollo psíquico va
adaptándose cada vez mejor a la realidad. Veamos qué sucede en cada periodo.
I. El recién nacido y el lactante
El periodo que va del nacimiento a los dos años
(adquisición del lenguaje) es una conquista, a través de percepciones y
movimientos, de todo el universo práctico que rodea al niño pequeño. Al
principio el niño se centra en sí mísmo y su acción, pero al final de este
periodo ya puede situarse como un objeto más dentro del universo que fue
construyendo. Esta "revolución copernicana" ocurre en la esfera
intelectual y en la afectiva. Desde el primer punto de vista, el desarrollo de
la inteligencia en este primer periodo comprende tres estadios:
1. Reflejos (0-1 mes)
2. Organización de percepciones y hábitos (1-8 meses)
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24
meses)
1. Reflejos (0-1 mes).- El bebé nace con reflejos, o coordinaciones senso-motrices
hereditarias que corresponden a tendencias instintivas, como por ejemplo
alimentarse (reflejo de succión). Tales reflejos no son pasivos: el bebé los va
perfeccionando activamente (por ejemplo, al cabo de un tiempo succiona mejor).
2. Organización de percepción y hábitos (1-8 meses).- Poco a poco los reflejos van transformándose en hábitos: dejan
de ser automáticos y se tornan flexibles. Así, un niño puede chupar objetos
diversos, y no sólo el pecho materno. Esto lo logra por ejercitación y por
asimilación. El niño empieza también a poder reproducir una conducta que
realizó fortuitamente, una y otra vez (reacciones circulares).
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24
meses).- Aparece aquí, mucho antes del lenguaje verbal, la
llamada inteligencia práctica, es decir, aquella que se aplica a la
manipulación de objetos mediante percepciones y movimientos, no mediante
palabras o conceptos. Por ejemplo, atraer un objeto lejano con un palo es un
acto de inteligencia práctica, ya que está utilizando un medio para obtener un
fin.
Dos factores intervienen en la construcción de estos
actos de inteligencia: a) las conductas anteriores se multiplican y diferencian
cada vez más, adquiriendo flexibilidad para registrar los resultados de la
experiencia. b) Los esquemas de acción se coordinan entre sí por asimilación
recíproca: el niño busca comprender los objetos usándolos y manipulándolos con
una determinada finalidad por ejemplo, investigando para qué sirven.
Hacia el final de este periodo, el niño ya discrimina
netamente el mundo interno del externo, empieza a des-centrarse, a considerar
la existencia de objetos independientes en el mundo, donde él es también un
objeto más. En estos dos primeros años, el niño empieza la construcción de
cuatro categorías fundamentales: espacio, objeto, tiempo y causalidad. Estas
todavía no son nociones del pensamiento sino categorías prácticas, ligadas a la
pura acción sensomotora.
Objeto: A medida
que pasa del egocentrismo a la elaboración de un mundo exterior, el niño va
construyendo la noción de un objeto sustancial, fijo, permanente, que considera
existente aún cuando no pueda verlo. Al comienzo, los objetos no tienen
permanencia: si deja de verlos considera que desaparecieron mágicamente.
Espacio: Al
comienzo hay muchos espacios distintos (bucal, táctil, etc), pero luego empieza
a concebir un espacio único donde están todos los objetos.
Causalidad: Al
comienzo hay una causalidad mágico-fenomenista, o creencia de que su propia
acción puede producir diversos efectos en el mundo. Hacia el segundo año, en
cambio, ya empieza a comprender que los objetos se influyen entre sí más allá
de su propia acción. La evolución del tiempo está unida al desarrollo de la
causalidad, así como la del espacio al desarrollo del objeto.
En cuanto a la afectividad, sigue un desarrollo paralelo
al cognoscitivo. Al principio encontramos reflejos afectivos, como las emociones
primarias de miedo, etc. A los hábitos corresponden los afectos de lo agradable
o lo desagradable, surgidos de la acción, así como sentimientos de éxito o
fracaso (alegría o tristeza, respectivamente). El niño comienza a interesarse
más por su cuerpo (narcisismo, según el psicoanálisis), y luego por los objetos
(el psicoanálisis diría aquí que se inicia la elección de objetos). La alegría
y la tristeza empieza a ser experimentada hacia las personas (sentimientos
interindividuales).
II. La primera infancia de los dos a los siete años
La aparición del
lenguaje introduce profundas modificaciones en las conductas: estas ya no son
solamente reales o materiales y pueden ser interiorizadas, lo cual trae tres
consecuencias importantes: a) Un posible intercambio entre individuos
(socialización de la acción), b) una interiorización de la palabra, o sea la
aparición del pensamiento propíamente dicho (génesis del pensamiento), y
c) una interiorización de
la acción como tal, que hace que las experiencias reales pasen a ser
"mentales" (intuición). Por otro lado, desde el punto de vista
afectivo asistimos al desarrollo de sentimientos interindividuales (simpatías,
antipatías, respeto, etc) y de una afectividad interior más estable. Examinemos
brevemente las tres consecuencias en lo intelectual, y la consecuencia en lo
afectivo.
A. La
socialización de la acción.- El lenguaje permite aquí ya la comunicación entre
individuos en forma continua. Aparece la imitación diferida, que permite
reproducir sonidos en ausencia del modelo, y cuando esos sonidos se asocian con
acciones, allí empieza la adquisición del lenguaje.
Las funciones del lenguaje pueden verse en tres grandes
categorías de hechos: a) al comprender lo que dicen sus padres, el niño
descubre los pensamientos y voluntades de los mayores, lo cual se abre una
amplio universo antes desconocido; b) Al poder representar con el lenguaje las
acciones propias presentes y pasadas, transforma la acción en pensamientos.
Puede hablar a los demás y jugar con ellos; c) También puede hablarse a sí mismo constantemente mediante monólogos que acompañan sus juegos y su acción.
Todo ello revela que las primeras conductas sociales no
son aún socializaciones verdaderas, porque aún no pueden salir de su propio
punto de vista para coordinarse con los ajenos, manteniéndose centrado en sí mismo.
B. La génesis del
pensamiento.- La
inteligencia práctica se va transformando en pensamiento propiamente dicho,
bajo la doble influencia del lenguaje y la socialización. Mediante el lenguaje,
el niño puede evocar acciones pasadas, anticipar actos futuros, y hasta
reemplazar la acción por su descripción verbal. Tal el comienzo del pensamiento
propiamente dicho. Y mediante la socialización, puede compartir colectivamente
conceptos y palabras con los demás.
Entre los dos y siete años, el pensamiento evolucionará
desde un extremo inicial a otro final. 1) Al comienzo está el pensamiento como
mera incorporación o asimilación, cuyo egocentrismo excluye toda objetividad.
Esto se ve por ejemplo en el juego simbólico, que satisface las fantasías
propias del niño; 2) Al final, el pensamiento ya se adapta a los demás y a la
realidad, preparando así el pensamiento lógico que vendrá a partir de los siete
años. Aquel pensamiento adaptado a los demás es el pensamiento intuitivo.
En este periodo hay dos características importantes en
el pensamiento infantil: el finalismo y el animismo. El finalismo se advierte
en que el niño a esta edad empieza a preguntar los porqué de las cosas, y con
ello buscan indagar tanto el fin o propósito de un hecho como su causa. El
porqué se propone averiguar una razón de ser de las cosas a la vez finalista y
causal. Por el otro lado, el animismo infantil es la tendencia a concebir las
cosas como vivas y dotadas de intenciones. Por ejemplo, pensar que las nubes se
mueven porque el viento las lleva, como si hubiera una intención de éste por
llevarlas. Es evidente que el animismo, al igual que el finalismo resulta de
una asimilación de las cosas a la propia actividad, pues en ambos casos se trata
de modificar las cosas adscribiéndoles intenciones.
Como vemos en este periodo hay una in diferenciación
entre lo psíquico y lo físico al asignarse intenciones psíquicas a las cosas.
Las leyes naturales se confunden con las leyes morales y el determinismo con la
obligación: los barcos flotan porque "tienen" que hacerlo", y la
luna alumbra solo de noche porque "ella no es quien manda".
C. La intuición.- Hasta alrededor de los
siete años, el niño sigue siendo prelógico y suple la lógica por la intuición,
simple interiorización de las percepciones y los movimientos en forma de
imágenes representativas y de "experiencias mentales", que por tanto
prolongan los esquemas senso-motrices sin coordinación propiamente racional.
La intuición se basa más en lo perceptible que en la
lógica: por ejemplo, para un niño de este periodo una hilera de 10 fichas rojas
y una hilera de 12 fichas azules, ambas de la misma longitud, tienen para el
niño la misma cantidad de fichas, porque atiende al efecto óptico global, no a
las distancias de las fichas entre sí.
Cronológicamente
primero aparece la intuición primaria, luego la intuición articulada (y
finalmente la operación, pero esto es después de los siete años). La intuición
primaria es simplemente una acción senso-motriz convertida en pensamiento, es
rígida e irreversible. La intuición articulada sigue siendo irreversible, pero
tiene la ventaja que el niño puede prever consecuencias y reconstruir estados
anteriores.
D. La vida
afectiva.- Los actos
intelectuales no existen en estado puro: siempre implican un aspecto afectivo.
Y a la inversa, todo acto afectivo supone un acto intelectual (el amor implica
una comprensión intelectual).
Entre los dos y
los siete años aparecen tres novedades en la vida afectiva: 1) desarrollo de los
sentimientos interindividuales como afectos, simpatías, antipatías, ligados a
la socialización de la acción, 2) aparición de sentimientos morales intuitivos
surgidos de la relación con los adultos, y 3) regulaciones de intereses y
valores, relacionadas con el pensamiento intuitivo en general.
El INTERES es la prolongación de las necesidades: el
niño muestra interés por algo porque lo necesita. El interés es por un lado un
regulador de energías: el niño pone energía en lo que le interesa. Por el otro
lado implica un sistema de valores: los intereses forman entre sí un sistema
donde unos valen más y otros menos, en cada momento.
En relación con los intereses están también las
AUTO-VALORACIONES, que son los sentimientos de inferioridad o superioridad,
derivables de si obtuvo fracasos o éxitos (reales o imaginarios) en su acción.
En relación con ellos están también los VALORES INTERINDIVIDUALES ESPONTANEOS.
Así como el pensamiento intuitivo, gracias al lenguaje, permite al niño
intercambios intelectuales con los demás, así también los sentimientos
espontáneos nacen de un intercambio cada vez más rico de valores (simpatías,
antipatías, etc). Por lo general, habrá simpatía hacia las personas que
respondan a los intereses del niño y que lo valoren. A partir de aquí surgirán
los primeros VALORES MORALES, nacidos de sentimientos morales: aparece la idea
de lo obligatorio y del deber: estas no nacen de simples simpatías o
antipatías, sino del respeto de reglas propiamente dichas. No obstante, todavía
en este periodo el niño tiene una moral heterónoma, que depende de reglas y
voluntades ajenas, no propias, lo cual es un logro posterior. El niño de este
periodo de 2-7 años dice dos tipos de mentira: una que usa para ocultar una
mala acción frente al adulto, y otra que usa para exagerar (un perro de 3
metros). El niño juzga como más "fea" a la segunda mentira.
III. La infancia de siete a doce años
A. Los progresos
de la conducta y de su socialización.- Antes de los 7 años el niño no distingue entre
actividad privada y colaboración interindividual: los niños hablan, pero no se
sabe si se escuchan entre sí. Después de los siete
años se advierte nítidamente concentración individual cuando están solos, y
colaboración efectiva cuando están con otros.
Así, se adquiere cierta capacidad de cooperación, pues
ya no confunde su punto de vista con el de los demás, sino que los disocia para
coordinarlos. Se hacen posibles las discusiones, por ejemplo, y tiende a
desaparecer el discurso espontáneo y el monólogo.
Si antes de los siete años los niños jugaban sin tener
en cuenta reglas en común, desde los siete aparecen los juegos de reglas, donde
todos deben respetarlas. Puede coordinar su punto de vista con el de los demás,
lo que engendra una moral de cooperación y de autonomía personal. Las reglas se
respetan no por imposición de los mayores sino por un acuerdo para jugar con
reglas. Va abandonando su egocentrismo. Empiezan a desaparecer las conductas
impulsivas: el niño reflexiona, piensa antes de actuar, delibera interiormente.
B. Los progresos
del pensamiento.- La
causalidad deja de ser egocéntrica: el niño ya no explica por identificación
(la luna crece porque nosotros crecemos) sino establece nexos causales
objetivos entre fenómenos (la luna crece porque porque las nubes crecieron).
Las nubes dejan de ser una construcción antropomórfica sino natural, o sea, van
abandonando su original egocentrismo.
Es frecuente ver en estos niños explicaciones
atomísticas: primero explican que el azúcar se disolvió en el agua porque
desapareció, luego porque se transformó en agua, y finalmente porque el azúcar
se convirtió en pequeñas partículas, migajas o átomos. Vemos que las dos
últimas explicaciones suponen la noción de conservación de la sustancia (ya que
el azúcar para ellos, no desapareció sino que se transformó en otra cosa).
Además de las nociones de causalidad y conservación, los
niños progresan también respecto de las nociones de tiempo y velocidad.
Empiezan a concebir que el tiempo es único para todos los acontecimientos, y
que toda duración puede dividirse en acontecimientos sucesivos y que entre cada
uno de ellos hay intervalos de tiempo.
Respecto de la velocidad, antes de los 7 años ya saben que si un móvil se adelanta
a otro es porque va más rápido, pero si separamos ambos móviles haciendo que
circulen por pistas circulares de diferente diámetro, ya no aprecian cual va
más rápido. Esto lo consiguen recién entre los 7 y los 12 años, pues
relacionan el espacio recorrido con el tiempo empleado.
C. Las operaciones racionales.- La intuición dará paso a la operación. Las primeras se
transforman en las segundas a partir del momento en que constituyen sistemas de
conjunto a la vez componibles y reversibles. O sea, dos acciones se hacen
operatorias cuando pueden componer una tercera acción del mismo tipo, y cuando
pueden realizarse al revés (reversibles). Por ejemplo, la acción de reunir
(suma) es una operación, porque varias sumas sucesivas equivalen a una suma
mayor (composición) , y porque las sumas pueden invertirse transformándose en
restas (reversibilidad).
El niño logra así
operaciones aritméticas, lógicas, geométricas, físicas, mecánicas, etc. Surge
la noción de número como resultado de la capacidad de realizar operaciones de
clasificar y seriar. Lo que interesa que en este periodo las operaciones están
organizadas en sistemas de conjunto, dependiendo unas de otras: por ejemplo los
grupos y los agrupamientos. Gracias a estos sistemas el niño adquiere la noción
de clase y de serie.
D. La afectividad, la voluntad y los sentimientos
morales.- Antes de este periodo, vimos que el niño obedece a
una autoridad exterior (adulto). Luego, en la cooperación aparece un respeto
mutuo con sus compañeros. Más tarde, empieza a realizar una valoración general
del otro cuando ubica en el mismo sistema el sentir como superior al otro y el
sentirlo como semejante. Se instaura así un respeto mutuo que conduce a nuevas
formas de sentimientos morales, distintas a la obediencia exterior inicial. El
niño advierte que la REGLA une a los niños entre sí tanto como a los niños con
sus padres.
El efecto notable del respeto mutuo es el sentimiento de
justicia, Al principio el niño consideraba justa la obediencia a la autoridad
externa, y juzgaba un castigo como justo si la acción castigada producía daños
materiales importantes. Poco a poco el niño comprende aquí que es importante la
intención con que se hace la acción más que su resultado. Ser justo con alguien
es considerar, por ejemplo, que una mala acción no la hizo adrede.
A medida que los sentimientos se organizan, van
constituyendo regulaciones cuya forma final es la VOLUNTAD, verdadero
equivalente de las operaciones racionales en el terreno afectivo. La voluntad
no es simplemente querer hacer algo con una intención (esto ya lo hace el niño
cuando aún tiene INTERES). La voluntad aparece recién cuando hay un conflicto
de tendencias, y consiste por ejemplo en resistir tal tendencia para actuar
según otra tendencia diferente. La voluntad es así una regulación que se volvió
reversible: cuando el deber es momentáneamente más débil que un deseo, la
voluntad restablece los valores poniendo en primer plano al deber.
IV. La ADOLESCENCIA
El desarrollo sexual se acaba hacia los once, doce
años. La maduración del instinto sexual es acompañada por desequilibrios
momentáneos, que dan mucha importancia al aspecto afectivo. Si bien hay
desequilibrio provisional, no hay que olvidar que todos los pasos de una
estadio a otro son capaces de provocar tales oscilaciones temporales.
A. EL PENSAMIENTO Y SUS OPERACIONES
El
adolescente es un individuo que construye sistemas y teorías. Tiene interés por
los problemas inactuales, con situaciones futuras del mundo y a menudo
quiméricas. La mayoría no hablan de sus producciones personales y se limitan a
rumiarlas de modo íntimo y secreto.
Entre los once y doce años aproximadamente, tiene
lugar una transformación en el pensamiento del niño que marca su final con
respecto a las operaciones construidas durante a la segunda infancia: se
produce un pase del pensamiento concreto al formal o hipotético-deductivo. Es capaz de deducir las
conclusiones que hay que sacar de puras hipótesis, y no solo de una observación
real. El pensamiento
formal es “hipotético deductivo”, se construye a partir de ejecutar con el
pensamiento unas acciones posibles sobre dichos objetos y de reemplazarlos a
estos por proposiciones. Los adolescentes poseen un egocentrismo
intelectual, comparable al egocentrismo del lactante. Esta se manifiesta a
través de la creencia en la reflexión todopoderosa. Es la edad metafísica por
excelencia: el yo es lo bastante fuerte como para reconstruir el universo y lo
bastante grande como para incorporarlo. El egocentrismo encuentra poco a poco
su corrección en una reconciliación entre el pensamiento formal y la realidad:
el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que la función que le
corresponde no es la de contradecir sino la de anticiparse o interpretar la
experiencia.
B. La afectividad de la
personalidad en el mundo social de los adultos
Se afirma por la doble conquista de la personalidad
y su inserción en la sociedad adulta. La personalidad resulta de la
autosumisión del yo a una disciplina cualquiera, la personalidad implica
cooperación: la autonomía de la persona se opone a la anomía (ausencia de
reglas- el yo-),
y a la heteronomía, o sumisión a los lazos impuestos desde afuera: la persona
es solidaria de las relaciones que mantiene y engendra. La personalidad se
inicia al final de la infancia con la organización autónoma de las reglas, de
los valores y la afirmación de la voluntad como regulación y jerarquización
moral de las tendencias. En cuanto a la vida social, existe una fase negativa y
una fase positiva. En la primera, el adolescente medita sin cesar en función de
la sociedad. Pero la sociedad que le interesa es la que quiere reformar y no
siente más que desprecio y desinterés hacia la sociedad real, que él condena.
La verdadera adaptación a la sociedad se logra cuando el adolescente pasa de
reformador a realizador.
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